viernes, 19 de julio de 2013

¡Tú qué sabes!

Mis amigos me acusan de que no soy sociable. En este caso tienen razón. Defiendo mi derecho a no ser sociable con personas estúpidas.
Entiendo que la estupidez es un concepto subjetivo. Una persona que me resulte estúpida puede ser encantadora para el resto de la humanidad. Yo mismo estoy seguro que les parezco estúpido a un grupo numeroso de personas, mayor desde que escribo un blog. Y hay una o dos que no estarían de acuerdo.
Me limitaré a exponer mi afirmación. Para cerrar esta reflexión dejaré un consejo por si se diera el caso de que alguien comparta mi punto de vista.
Lo primero que quiero dejar claro es que no soy una persona clasista, no hago distinciones por sexo, raza, religión o edad. Detesto a todo el mundo por igual.
Pero la estupidez y la hipocresía ocupan los dos primeros puestos en mi lista. No pretendo escribir un ensayo, así que me centraré en la primera.
Mi grupo de amigos esta compuesto de personas que sí son sociables, con una gran capacidad de empatía, por lo que siempre que hay alguien nuevo hacen todo lo posible para que se integre, se sienta cómodo.
Yo participo en menor grado, no soy un gran conversador así que me dedico más a escuchar que a intervenir en las conversaciones grupales. Cuando se forman pequeños grupos y se inician conversaciones más especializadas busco el lugar en el que mi aportación pueda ser mayor
No voy a pecar de falsa modestia, en algunos campos mis conocimientos son mayores que los de la media, lo que no me otorga una posición de superioridad ya que son asuntos triviales: fútbol, cine, música. Pero pueden servir en esa labor de integración.
Soy moderado en mis opiniones, especialmente cuando no estoy de acuerdo. No me gusta descalificar a nadie porque piense de manera distinta. Incluso en el caso de que sepa con certeza que la otra persona no tiene ni idea de los que está hablando Si no tengo una opinión de un asunto porque lo desconozco no me cuesta admitirlo.
Existen personas que piensan que saben de todo, que su opinión de cualquier tema debe ser considerada verdad absoluta. Todos los demás no saben de que hablan y su obligación como ser superior es decírselo de la manera más arrogante y despectiva posible para que no vuelvan a abrir la boca, aburriendo a los demás con su estupideces: “¿Qué te gusta Woody Allen, ese pseudointelectual pretencioso?, tú no tienes ni idea de cine, para hablar conmigo primero te ves la filmografía completa de Bergman y Ozukiro Oje”.
Ante este tipo de elementos me niego a ser sociable. Que nadie pretenda que me siente a sus pies y escuche embelesado como si fuera un discípulo deslumbrado por la sapiencia de su maestro. Optaré por irme y buscar otra conversación. Salvo que me toque las narices con una referencia personal, en cuyo caso mi respuesta no optaría a la más amable del año. No porque contenga palabras malsonantes, sino una proporción elevada de ironía lo más ácida posible.
Si conocéis a una de esta personas y aún no habéis sido bendecidos con una de sus conferencias, preparaos porque antes o después llegará el momento. Un día impartirá una master class sobre música Indie, cine expresionista alemán, auténtico madridismo o bioecología. Ese tema del que vosotros si sabéis un par de cosas pero en el que nunca habéis tratado de parecer los más listos de la clase.
Dejadle que hable, que se confíe, que desprecie a todos los presentes por vuestra tremenda ignorancia y entonces atacad al cuello, demostradle que no sabe de que está hablando, que él es el ignorante. Con elegancia, pero de manera contundente. Callar a un bocazas es uno de los pequeños placeres que ofrece la vida.

Podéis verlo como un servicio público, en favor del bien común. Todo el mundo os lo agradecerá, no de manera ostensible porque socialmente está feo dedicar una ovación con la víctima delante, sino con una mirada o una media sonrisa que digan “!bien hecho¡”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario