El tiempo pasa para todos, más deprisa de lo que a la mayoría nos
gustaría, pero eso no tiene porque ser algo negativo, normalmente los cambios
son positivos, aunque algunos cuesta asumirlos más que otros.
Como primer gran cambio más universal, suele entenderse emanciparse, comprarse un
piso o según están las cosas, vivir de alquiler, dar el primer paso fuera de
los brazos protectores de papá y mamá (aunque no te vayas muy lejos de esos
brazos protectores que siempre estarán para prepararte comida de verdad,
casera, no de esa directa del congelador o de un señor en moto, o para
arreglarte esa lámpara o ese armario de la cocina).
Casarse o la opción cada vez más generalizada de vivir juntos (que
daño están haciendo los Institutos Públicos con su mensaje nihilista modernito,
olvidando los valores de siempre, suerte que aún hay padres juiciosos que optan
por los colegios de pago y más que habrá, a partir de ahora gracias a los
benditos recortes), supone un paso de afirmación del compromiso. Compartir no solamente
tu vida, sino un espacio con otra persona, con todo lo que ello implica,
aceptación del otro en toda su plenitud, con sus costumbres, sus pequeñas
manías, sus manías no tan pequeñas y bastante irritantes, sus amigos o amigas
solteros, que olvidan que aquella no es su segunda residencia, que deberían
tener una vida propia, que muchas veces tres son multitud, una multitud molesta.
Todo ello supone una prueba bellísima de lo que implica el amor, la vida en
pareja, prueba que a veces requiere un gran sentido de la paciencia y la
empatía (como he mencionado este término más veces, lo explico brevemente, para
que se note que yo si he ido a un colegio de pago, supone entender al otro,
ponerse en su lugar, aunque haya “otros” a los que no hay quien los entienda).
Pero ser padre es el gran cambio, el giro de 180 º que pone la vida
del revés, un cambio de escenario donde ya no eres el actor principal, sino un
secundario, con peso en el argumento pero secundario. Los Leo Dicaprio y
Scarlett Johansson, ya no sois vosotros, sino esos seres pequeños y
maravillosos, que ocupan vuestro tiempo y os llenarán de alegrías y algunas
preocupaciones también, el resto de vuestra vida. Porque ser padre es un
trabajo vitalicio, no hay jubilación posible, el que lo acepta, conoce las
condiciones laborales.
Suele ser un cambio gradual, con la primera pareja que decide dar
el paso, paso que poco a poco irán siguiendo el resto, en ocasiones de manera
escalonada y otras veces en forma de Gripe A altamente contagiosa, que hace que de repente te veas rodeado de mujeres embarazadas y padres con cara de “aún no me lo creo,
lo mismo son gases que ya le digo yo que toma mucha Coca Cola”.
Y llega el día en que te das cuenta que el cambio ha llegado. Ese
mismo día que un escenario no cambia de decorado, pero si de significado. Ese
lugar de celebración, de fiesta, alcohol y demás sustancias, deja de esta
cubierto de bolsas de patatas abiertas, ceniceros llenos de colillas, botellas
de ron y sandwichs de jamón y queso. Su lugar lo han ocupado los carritos, las
bolsas de pañales y los sonajeros. Frases como “ponme un pelotazo” o “que rule
ese porrito”, son sustituidas por “coge al niño un momento” o “¿podéis
calentarme el potito?”.
Creo que más que cambiar, evolucionamos, incluso los que somos
figurantes o actores de carácter con un papel menor en esta nueva película. No
nos llevamos los premios, ni los elogios de la crítica, pero disfrutamos de la
historia desde la distancia, una historia que merece la pena ser contada y
vivida.
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