viernes, 11 de mayo de 2012

Deprisa, deprisa


Es cierto que cada día vivimos más rápido, corriendo de un lado a otro, siempre llegamos tarde, da igual donde vayamos, especialmente en las grandes ciudades. Todos los que somos animales de ciudad, lo primero que apreciamos y valoramos cuando vamos de veraneo o fin de semana lejos de la gran ciudad, es la calma, poder desconectar, que se viva a otro ritmo, sin mirar el reloj cada 30 segundos.
Pero como en otras muchas cosas, Aristóteles tenía razón cuando defendía que la virtud se encuentra en el justo medio. Al igual que la prisa es negativa y lo dice alguien que hace años se hizo la promesa interior de que no volvería correr e incluso arriesgar su propia integridad física para coger un metro, autobús o para cruzar un semáforo como si en ello le fuera la vida, salvo que realmente le fuera la vida, tampoco es necesario vivir a cámara lenta, o al menos hacerlo sin provocar retenciones.
Porque es muy habitual, especialmente entre jubilados (mi mayor respeto a los jubilados entre los que se encuentra recién incorporado mi querido padre), la gente que cuando se aburre en casa, decide “ya que no tengo que hacer nada voy a bajar al banco o al supermercado a pasar la mañana”. Se convierten en habituales de cualquier establecimiento, en los animadores del cotarro, dando conversación a la persona que les atiende y convirtiendo cualquier gestión mínima en un proceso poblado de anécdotas de la mili, fotos de los nietos, consejos varios, mientras la cola de personas que esperan, normalmente formada por sujetos que sí tienen prisa, que les toca hacer esa gestión, no por hobby, sino por necesidad y que tienen que hacerla en ese momento, porque es la hora de comer y el resto del día no tiene más de 30 segundos libres, miran el reloj compulsivamente.
Todos debemos ser respetuosos con nuestros mayores, agradecerles los sacrificios que han hecho por nosotros, pero es inevitable sentir cierta irritación, cuando la persona que estaba delante de nosotros, después de más de media hora para comprar 100 gramos de queso y 150 de jamón york, se despide diciendo, “bueno, me voy, pero esta tarde vuelvo, que al final no he comprado nada”. Si disponen de tanto tiempo libre, de lo que me alegro, ya han trabajado bastante, ¿por qué no se buscan un pasatiempo, algo útil o que al menos no consista en atascar a los demás?.
Lo curioso, es que cuando les toca esperar, no suelen ser tan pacientes, incluso, en ocasiones hay que estar atento para que no te hagan un adelantamiento por el exterior a lo Fernando Alonso, en la cola del banco o en correos.
Sería simplemente un ejercicio de empatía, de ponerse en el lado del otro. O puede que tuviera una solución más sencilla: crear dos colas: la de “no llego, no llego” y la de “que mañana más agradable voy a pasarme en el banco hasta que empiece el Arguiñano”.

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