jueves, 8 de marzo de 2012

Todo depende del color ... II

Hasta la Universidad no volvió el amor a mi vida. Fue con Cristina, una mujer dulce, inteligente y bellísima.

La conocí por un compañero y nada más verla, el mundo se detuvo, aún conservo un hueco en mis apuntes de Mundo Extraeuropeo del S.XVI de aquel inolvidable día.

Desde aquel momento decidí que haría todo lo posible por conquistarla, ella era la felicidad que yo anhelaba y merecía. Empecé a coincidir en todas las clases que podía con ella, me aprendí sus horarios y la esperaba en los pasillos leyendo algún libro gordo de Proust, Kafka o Jane Eyre, por cubrir todo el espectro de la intelectualidad y la sensibilidad (espero que todo esto también parezca romántico y no psicopático).

Muchas tardes hablamos antes de clase, bueno ella hablaba y yo me limitaba a asentir, prendado de su intelecto y también del resto de su persona, especialmente porque ya era primavera.

Por fin un día, se hizo la luz, me dijo "te dejo mi teléfono y quedamos algún día para tomar algo fuera de la Facultad". Eso tenía que significar algo, no podía ser algo casual. Consulté a mis compañeros y sobre todo a mis compañeras, porque una mujer siempre sabe lo que piensa otra mujer. Ellos y ellas me dijeron lo mismo: tenía buena pinta.

Como me apreciaban, decidieron organizar una cena-señuelo, con el único motivo de que yo luciera mis mejores galas (son muchas las personas que piensan que llevo los chalecos con elegancia y estilo), en un entorno positivo, con personas dispuestas a mentir por mí, con consumición de alcohol, lo que también podía ayudarle a ver con mas claridad todas mis virtudes.

Fue una noche mágica, cada segundo, cada conversación y el remate fue cuando una de mis compañeras me confesó que había estado hablando con ella y lo veía claro.Era la noche, el momento y no podía dejarlo pasar. Todos se fueron retirando sutilmente, hasta que nos quedamos tres y yo me ofrecí a llevarla a casa. Paré el coche delante de su portal y como un ángel bajado del cielo, me dijo "si no tienes más que decir,me voy". Por supuesto, no tuve nada que decir, así que se fue.

Nunca he sufrido nunca el reproche y el remordimiento como ese fin de semana, arrepintiéndome de mi cobardía. El domingo no pude más, la llamé y después de 4 llamadas, al fin cogió el teléfono. Le dije que necesitaba quedar con ella y accedió. Era mi momento.

Continuará...

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