viernes, 9 de marzo de 2012

Todo depende del color... III

Salí a la calle consumido por una fuerza desconocida para mí, la confianza. Esta vez no dudaría, me plantaría frente a frente con mi destino y le diría “aquí estoy, sí, quiero ser feliz, no me da miedo”.
En el autobús, de camino al barrio de mi adorada Cris, fui repasando una y otra vez lo que le diría, mi discurso de amor. Cuanto más lo repetía, más me parecía que el propio Cyrano de Bergerac era un torpe jovenzuelo a mi lado. Sería el broche de oro a un momento de mi vida que nuca olvidaría, que pasado el tiempo podría compartir con los demás, como hago hoy, sabiendo que llevaría la emoción e incluso el llanto a todo el que lo escuchara.
Aunque solamente lo susurraba, ya que no quería provocar una cadena de desmayos de todas las mujeres del autobús, la señora que estaba sentada a mi lado, supongo que debido a que las mujeres mayores están acostumbradas a hablar muy bajito, debió escucharme, porque al levantarme de mi asiento para bajar del autobús, me agarró del brazo y con los ojos húmedos, me dijo: “hijo, ella es una mujer muy afortunada”.
Al verla, aún desde lejos, en el sitio que habíamos quedado, tuve que detenerme para observarla unos segundos. Nunca había estado tan bella. Yo también era un hombre muy afortunado, un poquito menos que ella.
Me acerqué lentamente, me vio, sonrió y lo primero que me dijo fue: “¿no le habrá pasado nada a Pedro después de la cena, no?”. Que persona tan excepcional, a un paso de alcanzar la felicidad suprema y ella se preocupaba por el estado de un simple compañero de clase.
Fuimos a un VIPS`S, donde habíamos compartido tantos cafés y profundas conversaciones. Ella pidió un café con leche y yo también (en una situación normal me hubiera pedido las tortitas o la mousse de chocolate, pero no era el momento de comer, sino de amar). Tomé aire y le dije: “Cristina, quería hablar contigo, porque estás últimas semanas han sido muy especiales para...”
Solamente pude llegar hasta ahí, ya que mi Cris me cortó diciéndome: “ya sé lo que quieres decirme y no puede ser”.
No creáis que me dejó así. Me contó que ella tenía una preciosa historia de amor, de película, con una migo de su hermano, que era músico y llevaba un año estudiando en Italia. Antes de partir, se prometieron, en nombre de su profundo amor, que se esperarían, no habría hombre ni mujer en el mundo que pudiera romper su unión. Pero esperaba que pudiéramos ser amigos.
Un mes después de aquella conversación, se lió con Pedro, mi compañero de la Facultad.
Tengo más historias, pero si queréis leerlas, tendréis que comprar el libro.
También he tenido algunas positivas, mujeres interesadas en mí (en serio), interés que yo no veía hasta que me daba en las narices, convencido de que no era posible. Con estas historias me daría solamente para un relato corto, pero bonito.

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