lunes, 30 de abril de 2012

¡Cuéntate un chiste!

Uno de esos debates en los que no hay una opinión mayoritaría, se refiere a la interpretación, ¿qué es más difícil, hacer reír o llorar?

Nunca he hecho llorar a nadie (al menos de forma intencionada), así que solamente puedo dar mi opinión desde el otro lado, el del humor. Con un matiz, no sé qué etiqueta, si alguna es válida, podría aplicarse a lo que hago: monólogos. No soy actor, eso lo tengo claro, y no lo seré. No tengo claro si existe diferencia entre cómico y humorista, supongo que andaré en esos territorios. Y hacer reír me parece muy complicado.

Creo que el humor es un concepto absolutamente subjetivo, distinto para cada persona. En mi opinión tiene límites, no todo vale para convertirlo en humorístico, pero es un criterio absolutamente personal, nunca intentaría aplicar mis límites a nadie más, ni decidir qué es humor y qué no lo es. Únicamente, como público, decido que es lo que me gusta y lo que no me gusta.

También es conveniente recordar que el humor ha evolucionado en los últimos 30 años, hay modelos que son válidos, pero algo caducos sino se refrescan. Pero para el público aún permanecen esos esquemas mentales que a veces no facilitan tu labor. Hace un tiempo, actué en un pueblo cercano a Segovia en fiestas, montaron un escenario en la Plaza del Pueblo. Había público de todas las edades y los más mayores se acercaban sin tener muy claro que escucharían. Poco antes de empezar, una de estas personas, cerca de mí, le preguntó a otra de unos 50 años, que era lo que aquel señor hacía y esta le respondió "es un monologuista, de esos que cuentan chistes". He escuchado durante años en el coche de mis padres cintas de Arévalo y me gustaría pensar que lo que hago, es otra cosa,  no arte y ensayo, pero sí un poco más elaborada.

Y un monólogo, es muy exigente. Es un examen oral, con muchos profesores, durante media hora, con un test cada 30 segundos y la única respuesta válida es la risa del Tribunal, si no lo consigues, suspendes. Esa situación genera una gran tensión en la persona que debe defender su texto, que a él le parecía ingenioso o al menos divertido, pero eso no vale de nada, si el público no es de la misma opinión.

Por ello, cada uno traza su camino para conseguir el objetivo y todos esos caminos son respetables, estando o no de acuerdo con ellos.

Además, hay que tener en cuenta, que el humor no tiene en cuenta el estado anímico del humorista. Si tu pareja acaba de dejarte por otra mujer, te han sacado las 4 muelas del juicio sin anestesia o el Madrid acaba de perder una oportunidad única de conseguir La Décima gracias al planteamiento especulador de su entrenador (como se percibe, el fútbol no me interesa nada), no importa, debes subirte al escenario para hacer reír.

En mi caso no tengo queja, disfruto de un público fiel y sincero, igual de creíble cuando me dicen que les ha gustado mucho, que cuando no les gusta. Te dan ánimos, calor cuando estás subido en el escenario (que puede ser un sitio maravilloso o un potro de tortura) y su visión desde fuera cuando te bajas. Es muy importante, muchas veces ellos son los que me dan un empujón en un mal día o nuevas ideas.

Creo que este texto me ha quedado algo panfletario, y no era mi intención soltar un sermón, así que lo acabo rápido. Solamente quería haceros ver que detrás de una actuación de 30 minutos, hay más trabajo (los monólogos no surgen por generación espontánea, no se escriben solos, ni en 5 minutos) y tensión, de la que normalmente se percibe desde las butacas.

Así que damas y caballeros, disfruten del espectáculo y por favor, apaguen sus teléfonos móviles (los Smartphone también o pónganlos en silencio, please)

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